Historia

Nuestra Comunidad no ha sido pródiga en generar instituciones bibliotecarias a pesar de poseer importantes glorias literarias. Las bibliotecas públicas o colectivas hacen su aparición, aunque tímidamente y casi todas centradas en su capital, Santander, en la segunda mitad del Siglo XIX, cuando los círculos de recreo, las sociedades de amigos del país, etc., ponen a disposición de sus socios unos lotes de libros llegando, en ocasiones, a convertirse en verdaderas bibliotecas populares, como fue el caso de la del Casino Montañés de Santander. Pero salvo estos pequeños destellos, habrá que esperar al siglo XX para poder contar con instituciones bibliotecarias en toda la extensión del término.
Hasta los años treinta las ciudades de Santander y Torrelavega son prácticamente las únicas de Cantabria que cuentan con bibliotecas organizadas, puesto que, hasta la creación del Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas, en 1946, no se instalan centros bibliotecarios en otros puntos de nuestra geografía.
Por otra parte, grandes hombres de Cantabria han logrado reunir tales colecciones bibliográficas para su trabajo intelectual que tras la muerte de sus propietarios y en virtud del legado correspondiente, constituyen hoy estupendas bibliotecas y una de las glorias de la región. Así la de Marcelino Menéndez Pelayo, la de José María de Cosió “Casona de Tudanca”, forman auténticos tesoros bibliográficos tanto por su volumen como por la calidad de sus obras. Otras, en cambio, permanecen inéditas o no han encontrado la fórmula que las haga accesibles al público, como la Marcial Solana.
Son también dignas de mención la del extinto Patronato de las Cuevas Prehistóricas de la Provincia, ubicada en el Museo de Prehistoria, y la del Centro de Estudios Montañeses.
Hay ciertos testimonios de la existencia de buenas bibliotecas en Cantabria entre los siglos XVI y XVIII. Del
Monasterio de Santa María de Piasca, en Liébana, hay una relación de 1519, donde se reseñan 37 libros de su biblioteca, muchos de ellos de carácter litúrgico, otros piadosos y algunos más técnicos de santos padres o escritores eclesiásticos. Del Monasterio de Santo Toribio no tenemos referencia alguna, si bien existe una relación de 1316, donde se describen 26 libros. Pero hay que tener en cuenta que la mejor y más selecta de las bibliotecas de estos monasterios habrían pasado a las respectivas abadías de Sahagún y Oña, al quedar incorporados a ellas en calidad de prioratas ya desde el siglo XII. De todos modos, la existencia dispersa en bibliotecas particulares relacionadas con gente de Liébana de muchos libros antiguos hace sospechar la catástrofe producida en la Biblioteca de Santo Toribio, con motivo de la desamortización de Mendizábal.
De la Abadía de Santander hay una cuidada relación del año 1506, en donde se describen 167 libros impresos o manuscritos, que son de tipo litúrgico, piadoso, bíblico, patrístico, pero también de Historia Natural, Medicina, Matemáticas, Astrología, Literatura e Historia Clásica y Moderna. Se cita, asimismo, lo que parece un Comentario al Apocalipsis de
Beato de Liébana. Hay que tener en cuenta lo temprano de la fecha de esta relación y la escasa difusión que aún tenía el libro impreso en la época; por lo que cabe pensar que la Biblioteca Colegial Santanderina se incrementaría notablemente a lo largo del siglo XVI y en los siglos siguientes. Otra buena biblioteca era la de los Jerónimos de Monte Corbán a la que se habían añadido algunos ejemplares manuscritos de principios del siglo XV, pertenecientes a la Biblioteca del Monasterio de Santa Marina, y de los que se han conservado una gran relación. En 1687 fue incrementada con un importante lote de libros donados por el prior de Corbán, Fray Buenaventura de San Agustín, conjunto tasado nada menos que en mil ducados.
La Biblioteca de Corbán pasó al Estado con motivo de la desamortización de 1835. La escasa parte que ha podido salvarse figura integrada en los fondos de la actual Biblioteca Municipal de Santander.
Hay que citar aquí la Biblioteca muy valiosa del Colegio de la Compañía de Jesús de Santander. Fue incautada a partir de la expulsión de los jesuitas, en 1767. En 1852 fueron cedidos por el estado los restos de la misma al nuevo seminario del Monte Corbán, donde aún se conservan.
También existieron buenas bibliotecas particulares. Aparte de la famosísima del montañés don Fernando José de Velasco y Ceballos, camarista de su majestad, compuesta por unos 10.000 volúmenes, según el catálogo de 1766, cuyos libros fueron después a parar al Marqués de la Romana, a la
Academia de la Historia, a la Biblioteca Nacional y a las bibliotecas particulares de los Barreda y de los Tagle, en Santillana del Mar.
Hay que referirse ahora a la muy buena Biblioteca de los Díaz de Arce y Velasco del Palacio de Soñanes, en Villacarriedo, que aún se conservaba íntegra en los tiempos del famoso bibliófilo don Fernando Fernández de Velasco, a finales del siglo XIX, y a la que iba a trabajar con frecuencia el propio Menéndez Pelayo. Especial importancia tenía la colección de libros relacionados con las Indias, ya que podía considerarse como una de las mejores bibliotecas del mundo en temas americanos antiguos.
Es muy significativo del grado de cultura en Cantabria el hecho de que incluso entre particulares de condición más modesta se diera la afición a formar bibliotecas. A este respecto hay que citar, por ejemplo, la del Clérigo Juan Güemes, cura beneficiario de Esles, que en 1629 contaba con 120 títulos de notable interés.


BIBLIOGRAFÍA:
GONZALEZ-CAMINO Y AGUIRRE, F., “Bibliotecas Medievales Montañesas”, en “Homenaje a Don Miguel Artigas”, volumen II, Santander 1932, páginas 14-50;
ESCAGEDO SALMON, M., “La Biblioteca del Camarista de Castil
la don Fernando José de Velasco y Ceballos”, Revista de Santander, IV (1931), 9-11; 159-171; 217-225; 241-250;
VAQUERIZO GIL, M., “La Biblioteca de un sacerdote Rural en el siglo XVII”, Altamira (1975), páginas 113-118

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